
Hace ya unas semanas que terminé Keeper. Entre mis ganas de reposarlo y que la vida me ha pasado por delante, el texto se ha retrasado un poco, pero como se suele decir: nunca es tarde si la dicha es buena.
Sé que Keeper no es el mejor juego para generar visitas: apenas generará tracción, no hay búsquedas y tuvo muy pocos jugadores en Steam durante su lanzamiento. En parte, esto se debe al incomprensible y nulo interés por parte de la propia Microsoft a la hora de publicitarlo. Pero, aun teniendo todo en contra y viéndolo en retrospectiva, quiero escribir sobre él. Lo hago porque es una de las aventuras más originales que nos ha dado el medio este año y, sin duda, va a estar en mi top de favoritos de 2025.
Un faro, un pájaro y el silencio
Debo ser muy comedido con mis palabras (o letras, según se mire) sobre Keeper, pues es un juego que se disfruta más sabiendo poco. Además, su duración es de unas 5 horas aproximadamente, algo que agradezco muchísimo en un momento en el que los juegos se alargan tediosamente sin razón, únicamente para justificar su precio.
Al adentrarte en el juego sabes que estás ante algo diferente. Tanto su estética y diseño, como su ambientación y musicalidad, apuntan a ello. La historia de un faro que de repente puede andar y se hace amigo de un pájaro suena extraña, pero casa a la perfección con todo lo anterior.
Acompañaremos durante toda la aventura a estos curiosos personajes sin saber muy bien cuál es nuestro destino ni nuestro objetivo, únicamente avanzando hacia delante, continuando nuestro viaje por estos paisajes inhóspitos. También resulta curioso que no escucharemos ni una sola palabra durante la aventura. Esto, que en un inicio dificulta seguir lo que nos quiere contar, acaba siendo irrelevante: se hace encantador ver cómo interactúan los personajes, cómo caminamos con el pesado faro, cómo saltamos o cómo actúan los otros seres dentro de este mundo.

Keeper presenta mecánicas simples para un viaje emocional
Apenas hay mecánicas durante el juego, más allá de iluminar obstáculos con nuestro faro para eliminarlos o enviar a nuestro compañero volador para ayudarnos en algunos puzles. En ningún momento estos obstáculos supondrán una dificultad elevada; de hecho, no presentan un desafío real, ya que el punto del juego no reside ahí.
Con estas pocas mecánicas me surgía el temor de que, pese a su corta duración, el juego se hiciese repetitivo. Sin embargo, Keeper se las acaba ingeniando para introducir algunas variaciones (que no detallaré para no estropear la sorpresa) medidas en su punto justo. Aparecen en el momento oportuno para renovar el interés, lo que me reafirmó en que su duración es simplemente perfecta.
Lo que pudo ser y lo que es
Lo único que quizás le hubiese pedido al juego es que su historia fuese algo más directa o te contase un poco más. También hubiese introducido algunas cinemáticas extra para hacer hincapié en la interacción de nuestros protagonistas y así poder cogerles más cariño. Es cierto que sus movimientos y su diseño los hacen encantadores, como decía antes, pero en lo personal se me quedó algo corto en ese aspecto.
El juego es completamente lineal, a excepción de pequeños desvíos en el camino para recoger coleccionables, los cuales serán, a su vez, los únicos elementos que profundizarán en los detalles del mundo que habitamos y su contexto.

Una futura obra de culto
Pese a esta pequeña preferencia personal, cada detalle de Keeper está perfectamente medido. Desde su duración hasta el timing de los giros en la trama, pasando por la estética y la música. Todo el conjunto es sobresaliente y convierte a Keeper en una aventura imprescindible.
No me parece justo que este título no vaya a aparecer en ninguna lista de recordatorios de este 2025, aunque sé que parte de la culpa la tiene Microsoft. Creo fervientemente que, en unos años, recordaremos Keeper y lo injustos que fuimos con él. Acabaremos convirtiéndolo en una de esas obras de culto que recordamos con el cariño de los juegos de Double Fine. Hay que apoyar este tipo de obras únicas en nuestro medio, y más a este tipo de estudios, porque cuando desaparezcan ya será demasiado tarde.
